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#1 – El tema más incómodo de todos

Muero de curiosidad por saber si alguna vez te hiciste esta pregunta; porque para mí, desde que tengo memoria, es una de las preguntas que más me hice y me repetí en la vida: ¿para qué venimos a este mundo?

Por mucho tiempo viví atormentada por querer conocer esa respuesta, sentía que algo extra debía aportarle significado a mi existencia.

Con los años, entendí que esa respuesta es sumamente personal y que cada quién debe descubrir su propia razón de ser y de vivir. Finalmente, en el año 2012, empecé a tener algunas ideas un poco más claras sobre esta gran pregunta del millón, ideas que llegaron a partir de un hecho que cambió mi vida y que conlleva la participación especial de la muerte.

De esto trata la primera entrada de JUGÁTELA, del tema más incómodo de todos.

Es que, si bien la muerte es el destino de todos y, de hecho, es la única certeza que tenemos en la vida; también la muerte es EL MIEDO, el más grande de la humanidad.

Quitándole un poco de peso, la muerte no es más que una etapa del camino; no cualquier etapa, claro, sino la que determina el punto final de las cosas, el hasta acá del todo; aunque para mí, también es la antesala de un nuevo comienzo. Porque siempre que algo termina, un algo más vuelve a empezar.

Creo que no solo nos asusta el hecho de perder a alguien o algo y reconocer que ya no lo tendremos nunca más; sino que también, el motivo de nuestro miedo a la muerte radica en irnos antes de tiempo, el miedo a morirnos con la sensación de que todavía nos falta, la sensación de no haber hecho lo suficiente mientras estuvimos vivos, dejando insaciables las ganas del “hay tanto por hacer”.

Entonces rogamos a la vida, a los dioses o al universo que la muerte no nos alcance, que podamos retrasarla, distraerla todo lo que sea posible, en pos de poder cumplir todos nuestros sueños y ser felices al final de nuestros días.

Sin embargo, estos objetivos son los primeros en quedar olvidados en el trajín de la rutina, donde otras “urgencias” deben ser atendidas antes de ponernos a construir una vida de ensueño. Mientras atendemos esos otros asuntos, miramos la vida pasar por la ventana y vamos viendo como nuestros proyectos se van durmiendo con el correr de los días, los meses o incluso, los años.

Así, guardamos deseos, disculpas, cuidados, sueños y experiencias en un cajón para después, a la espera del momento correcto, del “cuando tenga tiempo”.

No es hasta que tenemos una revelación del tipo vida/muerte que despertamos de nuestro letargo; ese momento que no vemos venir y que nos sacude cual piña en la cara, no es más que uno de los tantos avisos de la vida (o de la muerte) recordándonos que nuestro tiempo es limitado.

Entonces, con este suceso inesperado todo se torna de otro color y comienza a marchar a otro ritmo, nos damos cuenta de que algo está por terminar pronto y que, si no nos apuramos, lo perderemos para siempre. Es en ese momento donde nos desesperamos por vivir la vida que soñamos y que fuimos postergando. Es allí donde la muerte nos llama a la acción.

Es que la muerte, es uno de los mejores agentes de transformación. De alguna manera, la muerte nos empuja a cambiar y ver una nueva perspectiva de las cosas, nos recuerda que estamos ACÁ y nos da (un poco más de) vida para vivir, hacer y crear AHORA mismo, sin demoras.

Steve Jobs decía, después de haber luchado contra su enfermedad, que todos nuestros miedos en vida como “las expectativas de los demás, el orgullo, el miedo al ridículo o al fracaso se desvanecen frente a la muerte, dejando solo lo que es verdaderamente importante frente a nosotros.”

Y es que creo, que al final, nuestro temor a la muerte es mucho más que por el simple hecho de cerrar un ciclo; en realidad, nuestro miedo a morirnos es el mismo miedo a estar vivos. Porque la muerte no es más que un (agri)dulce recordatorio de que debemos tomar las riendas de nuestra vida, hacernos cargo y empezar a construir todo aquello que deseamos hoy; no mañana, no pasado, sino HOY. Porque siempre hay un pequeño paso que podemos dar de inmediato para cambiar el curso de las cosas.

El problema es que crees que tienes tiempo.

Buda Gautama

Una historia de ¿vida?

En enero 2012 recibí un llamado de mi mamá. Lloraba, no le entendía nada. Mi mamá, a diferencia de mí, no es una persona que llore mucho; así que escucharla en ese estado al otro lado del teléfono, me dio la señal de que algo realmente malo estaba pasando. Cuando empecé a hilar sus frases entendí que su hermano, mi padrino, había muerto. Ahí mismo, con una mezcla de emociones que me desbordaban, mi mente empezó a inventar situaciones para explicarme tal injusticia de la vida.

A los pocos segundos de cortar con mi mamá, el teléfono volvió a sonar. Esta vez era mi tía, la hermana mayor de mi mamá y mi padrino que, con una pena muy calma, me contó que mi padrino se había matado, es decir, él había decidido irse de este mundo. Sí.

Todavía me recorre un escalofrío cada vez que lo cuento.

No hubo ninguna injusticia de la vida, simplemente así lo había decidido él, y así lo debíamos ¿aceptar? nosotros.

Automáticamente abandoné el estado de tristeza por una incontenible ira, ¡estaba furiosa! Pasé de recordarlo con amor a sentirlo tan… tan… ¡hipócrita! Durante toda mi vida no había hecho más que darme buenos consejos sobre cómo ser feliz, cómo estar saludable, cómo hacer algo que me apasionara, y ahora ¿se quitaba la vida? Estaba poseída por una broncaaaa que no sabía poner en palabras; realmente mi cabeza no sabía cómo lidiar con semejante paradoja. Me enojé tanto con la vida, con él, con la familia y conmigo. ¿Por qué no habíamos estado ahí cuando nos necesitaba? 

Esos días pasaron tratando de aceptar y sobrellevar la nueva realidad. Fueron tiempos de largas charlas, anécdotas, secretos e historias revueltas del pasado. Nuevas preguntas surgieron a raíz de su partida, pero una en especial volvió a brotar desde el fondo de mi ser, ¿para qué carajo venimos al mundo?

Quería entender.

Entonces decidí ponerme en sus zapatos. ¿Por qué una persona elije irse? ¿Cómo uno llega a sentirse para tomar esa decisión?

Para mí desgracia, conocía bastante bien ese sentimiento de vacío y de estar totalmente perdida en la vida, por lo que no fue difícil entender su desesperación y determinación. Ponerme en su lugar, también me ayudó a comprender sus consejos, aquellos que me sonaban tan contradictorios; no eran más que un anhelo personal, lo que él quiso para sí mismo, pero que no supo cómo alcanzar.

Como todos, mi padrino tenía una sed infinita de sueños, ideas y cosas que probar, que conocer, solo que en esta vida no supo cómo encontrar las herramientas para llevarlas a la realidad. Y aunque tuvo mucha gente a su alrededor dispuesta a darle una mano, quizás por testarudo, decidió no pedir ayuda, para no molestar, porque muchas veces nos enseñan que pedir está de más.

Su partida generó mucho dolor en mi familia, pero, sobre todo, aportó perspectiva y acción. A lo largo de estos diez años he visto como cada uno de nosotros empezó a vivir la vida de otra manera, buscando cumplir sueños, sanar relaciones, construir un camino que al final de nuestros días nos haga sentir plenos, nos haga sentir que estar vivos vale la pena.

Su muerte me abrió el camino a la respuesta que buscaba. Entendí que, por mi parte, vine al mundo a hacerme cargo de mi vida, a dejar de sentirla vacía y, por el contrario, a llenarla, a diseñarla como mejor me parezca a mí. Aprendí que debo confiar, en mis tiempos y en los de la vida misma, que se encargará de darme las señales de si voy bien o si debo cambiar el rumbo una vez más.

Comprendí que no importa tanto qué elija hacer, sino en cómo lo haga; porque la diferencia radica entre si elijo mirar la vida pasar por la ventana o vivir con disponibilidad, con actitud, con accionar. Puedo lamentarme por las cosas que no tengo, quejarme por lo que me toca y dejar todo lo que quiero para después cuando tenga más tiempo; o bien, tomar la posta y crear lo que desee, lo que sienta hoy mientras estoy acá, como puedo y con lo que tengo.

Para mí, hoy, el sentido de la vida está en ponerme en movimiento, en accionar, andar, explorar, hacer, pedir, fallar, aprender, probar, jugar y vivir en presente, con escucha interna, sintiendo y eligiendo lo que HOY resuena conmigo. Dejé de pedirle explicaciones a la vida de mi porqué en el mundo y me permití (y me permito) ir buscando cómo quiero sentirme.

De manera tal, que cuando llegue la hora de mi muerte, no tenga que salir corriendo desesperada a ningún lugar para completar mis casilleros vacíos, no; porque tendré la certeza de que mientras estuve en esta vida, me sentí viva.

Entonces ahora, la nueva pregunta es ¿qué me hace sentir viva?

Todos tenemos dos vidas. La segunda empieza cuando nos damos cuenta que solo tenemos una.

Confucio

Cambio de perspectiva

Todos vivimos la muerte de cerca alguna vez. Haya sido una muerte real de un ser querido o una muerte simbólica como el distanciarnos de alguien o la pérdida de una condición de vida; todos pasamos por ahí al menos una vez. Y siempre que existe un duelo, trae consigo un dolor que nos parece infinito, más un montón de palabras y emociones que no saben cómo salir. Lo mejor que podemos hacer, aunque parezca contradictorio, es hablar, expresarnos y bajar, como podamos, todo lo que nos pasa adentro. Porque es poniendo palabras a los sentimientos cuando comenzamos realmente a comprenderlos y sanarlos.

Pero, por sobre todo, debemos tener presente (y sé que esta parte es muy difícil) que la muerte ha pasado por aquí para darnos un aviso, para sacudirnos, para despertarnos, para invitarnos a ver desde otra perspectiva y recordarnos que ya es hora de transformarnos. Porque por lo menos, yo aprendí que, en mi vida, cada dolor trae consigo su buena cuota de transformación.

Quizás por ingenua o por optimista, es que espero que alguna vez ya no haga falta que la muerte pase por nuestras vidas para agitar las aguas; sino que, con el simple hecho de mantener el hábito de hacernos las preguntas incómodas, baste para lograr el mismo efecto transformador y de acción. De hecho, esta es un poco la propuesta del blog: movernos de manera consciente, de adentro hacia afuera.

Por eso, es que creo útil traer algunos ejercicios sobre la muerte para despertarnos internamente, sin necesidad de perder a nada ni nadie a nuestro alrededor. Espero que sean lo suficientemente incómodos y movilizadores para activarte.

  1. El primero y muy sencillo, es de mi querido Steve Jobs. Después de algunos años luchando contra el cáncer, se dio cuenta de que había descubierto una nueva forma de encarar la vida. Simplemente se paraba frente al espejo todas las mañanas y se preguntaba: “si hoy fuese el último día de mi vida, ¿querría hacer lo que voy a hacer?”

Si la respuesta era “no” durante varios días seguidos, sabía que era la señal de que necesitaba cambiar algo, de tomar acción.

Te animo a preguntarte lo mismo y ver qué te pasa con la respuesta. 

  1. Me crucé con este ejercicio en el libro de Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva, de Stephen Covey y me pareció de lo más incómodo en su momento y me aportó muchísima claridad sobre cómo me veo por fuera. Aquí va:

Véase asistiendo al funeral de un ser querido. Imagínese conduciendo su coche al velatorio o a la capilla, aparcando y saliendo. Mientras camina dentro del edificio advierte las flores, la suave música de órgano. Ve los rostros de amigos y parientes. Siente la pena compartida de la perdida y la alegría de haber conocido al difunto que irradian las personas que se encuentran allí.

Cuando llega al ataúd y mira adentro, de pronto queda cara a cara consigo mismo. Ese, es su propio funeral, que tendrá lugar dentro de tres años. Todas las personas han ido a rendirle un último homenaje, a expresar sentimientos de amor y aprecio por su persona.

Cuando toma asiento y espera a que comience el servicio religioso, mira el programa que tiene en la mano. Habrá cuatro oradores. El primero pertenece a su familia (la familia inmediata y la extensa: su padre y su madre, hijos, hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, tíos, tías, primos y abuelos, que han viajado desde distintos puntos del país). El segundo orador es uno de sus amigos, alguien que puede hablar de usted como era en persona. El tercer orador es un colega o compañero de trabajo. Y el cuarto proviene de alguna organización comunitaria en la usted ha servido.

Ahora, piense profundamente. ¿Qué es lo que le gustaría que cada uno de estos oradores dijera sobre usted y su vida? ¿Qué tipo de esposo o esposa, padre o madre, le gustaría que reflejaran sus palabras? ¿Qué clase de hijo, hija, primo o prima? ¿Qué clase de amigo y compañero de trabajo? ¿Qué carácter le gustaría que ellos hubieran visto en usted? ¿Qué aportaciones, qué logros quiere que ellos recuerden?

Mire con cuidado a la gente que lo rodea. ¿Cómo le gustaría haber influido en sus vidas?

Para mí, es poderoso. Recuerdo que lo primero que pensé es que me iban a recordar como una persona muy quejosa, jaja. Desde ese día, trabajo en quejarme menos y trato siempre de mirarme tanto desde adentro como desde afuera.

  1. Por último, esta es mi propia pregunta incómoda cada vez que siento que los problemas de la vida me agobian, que siento que no llego hasta donde quiero y me condeno a mí misma por “fallar”.

Si me tocara morirme hoy mismo, ¿qué haría? ¿saldría corriendo a completar una vida llena de asuntos pendientes o estoy conforme con lo que hecho hasta aquí?

Darme la respuesta a esa pregunta me da calma y me hace ver que nada es tan grave como me parece. Aunque no quiero morirme, sé que hasta aquí he tenido un vida intensa, transformadora y feliz. Y estoy muy bien con eso.

En cambio, si la respuesta es qué aún hay cosas que quiero hacer y que todavía no hice, este ejercicio se transforma en un buen punto de partida para dejar de dormirme en los laureles y tomar acción de una vez. ¿Qué estamos esperando? Y lo repito una vez más, porque de verdad lo creo; siempre hay un pequeño paso que podamos dar de inmediato para cambiar el curso hacia las cosas que queremos. 

Eso es todo en esta primera entrega. Espero haberte incomodado para bien, para empezar a vivir la vida como querés hoy.

Para cerrar y porque nunca podré dejar de jugar, conté que en esta entrada escribí la palabra vida 44 veces, y la palabra muerte 24 veces. Como ves, siempre gana la vida. ♥

La gran tragedia de la vida no es la muerte, es lo que dejamos morir en nuestro interior mientras estamos vivos.

Norman Cousins 

Gigi 🍋✨

 

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