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#2 – Lo que no puede faltar

¿Te pasó alguna vez de sentirte que te dejas siempre para lo último; que le das más prioridad a los demás (sean hijos, padres, abuelos, hermanos, jefes, parejas, amigos) antes que a vos misma?

¿O que crees que tus problemas no son lo suficientemente importantes como para compartirlos y pedir ayuda? O que, ¿si te enfocas mucho (o solo un poco) en vos, entonces te convertís en una persona egoísta?; porque elegirte y ponerte en primer lugar significa que no “amás” a los tuyos y que de alguna manera tu felicidad es responsable de la “infelicidad” de los demás. 

O quizás ¿te maltrataste a vos misma porque no hiciste algo “perfecto” como esperabas o te sentiste menos por tu físico o habilidades?

Porque a mí sí me pasó, y a veces me sigue pasando…

Si alguna vez te sentiste un poco así, como yo, con sentimientos de culpa o inferioridad, y te dejaste para después sin respetar tus propios deseos, quiero decirte que lo que tenemos es falta de amor propio. Y de eso mismo vamos a hablar hoy, del amor que no nos puede faltar.

 

Un buen consejo

Desde muy chica, mi mamá me repitió incansablemente la misma frase: “no podés amar a los demás, sino te amás primero a vos misma”.

Recuerdo que no entendía por qué insistía tanto en esa idea; quizás ella veía algo que yo aún no era capaz de ver… Lo cierto es que, aunque me hubieran venido bien algunos consejos más para poner en práctica ese amor propio, yo no se los pedí; simplemente decidí ignorar y no hacer caso a las palabras de mi mamá.

Por el contrario, me enfoqué mucho en amar a otros, en hacerlos felices y lograr que mis buenas acciones hicieran que ellos me amaran también, de manera tal que pudiera encajar, sentirme querida y validada por los demás. De hecho, recuerdo que durante mi adolescencia busqué con desesperación (sí, esa es la palabra) tener un montón de amigos y/o noviecitos que me devolvieran esta misma idea de amor que yo tenía. Fue así como tuve un montón de vínculos en los que deposité en los demás todas las expectativas de mi felicidad: eran los otros los responsables de hacerme feliz, de hacerme sentir plena, de hacerme sentir viva.

Una tarea bastante pesada para los que me rodeaban, ¿no?

Brené Brown, una de mis autoras preferidas, dice que Encajar entorpece a pertenecer. Encajar significa evaluar una situación y convertirnos en lo que hay que ser para que nos acepten. Pertenecer, por el contrario, no nos exige cambiar lo que somos; nos exige ser lo que somos.

Para sentir que pertenezco de verdad, tengo que poner sobre la mesa mi yo auténtico, y eso solo lo consigo amándome a mí misma.”

Sin embargo, yo creí por muchos años que para sentirme amada y “pertenecer” al mundo debía dejar de ser yo misma, salir a buscar mi felicidad y todas las respuestas que quería de la vida, allá en algún lugar afuera y lejos de mí.

No fue hasta mis veinti, que un chico me devolvió una realidad que nunca había decidido mirar.

 

Abrir los ojos

En el verano del 2010, conocí un pibe lindo, flaquito, bueno y lleno de rulos. Nos enganchamos enseguida. A los dos meses de conocernos, nos declaramos novios y empezamos a salir juntos para todos lados. Estaba encantada con él, pero en vez de sentirme feliz, me preguntaba todo el tiempo qué hacía él conmigo. No entendía cómo alguien tan bueno podía quedarse a mi lado. Ahí estaba él; tenía fe en mí y hasta hoy, le sigo agradeciendo que se haya quedado y confiado en mí con todo lo que tenía por progresar… ♥

Un día, este chico me acompañó a imprimir unos trabajos de la facultad, yo estaba muy nerviosa y enseguida con un humor de perros, empecé a decirme a mí misma, a los gritos, todas las mierdas que se me ocurrían. Mientras yo tiraba frases hostiles y exigentes en mi contra, él simplemente me miraba en silencio.

Después de un rato, cuando estuve más tranquila, lo miré y agradecí que al menos uno de los dos pudiera mantener la paz; entonces le pregunté “¿por qué sos tan bueno conmigo?”

Su respuesta, hasta el día de hoy, fueron de las palabras más difíciles que tuve enfrentar y aceptar en mi vida. Con una mirada compasiva me respondió sincero: “porque vos sos muy mala con vos misma”.

Esta frase me sigue impactando hasta el día de hoy.

Entonces, me dejó muda; fue como un golpe en seco en la cara.

Nunca me había dado cuenta que todo mi desamor propio se notaba y que encima, se notaba tanto que un otro tenía que ser bueno por mí. Recuerdo que sentí una profunda vergüenza, ¿cómo podía ser que yo no hubiera visto toda esa maldad conmigo misma?

Ese día, recordé el consejo de toda la vida que me había dado mamá y entendí por qué me lo había repetido tanto y por tanto tiempo. Al parecer, llevaba años sin amarme y poniendo el foco en muchos otros, menos en mí.

Fue recién en el 2010, a mis 20 años, que realmente empezó el desafío más grande que tendré para toda mi vida: amarme a mí misma.

 

Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida.

Oscar Wilde

 

Aprender a quererse

Ok, ahora que podía ver la realidad, tenía que hacer algo, pero ¿qué?

Quizás, en este punto deberíamos revisar cómo y dónde es que aprendimos a no amarnos (claro, en algún momento lo aprendimos), pero prefiero enfocarme en ¿cómo una persona aprende a quererse a sí misma después de haber sido tan mala con ella? ¿Cómo se cambia?

Aunque yo no soy experta en el área, ya van algunos años en este viaje de auto-amor y creo que puedo opinar que es posible quererse a una misma, que hay días difíciles y algunas recaídas, pero la clave está en dar pequeños-grandes pasos. También considero que puedo aportar algunas ideas que me ayudaron a cambiar el rumbo de mi desamor, y por ende, de mi vida.

Antes de pasar a compartirlas quisiera aclararte que pienso que cuidar nuestra autoestima es un trabajo meramente personal y para toda la vida, pues cada una carga con su historia, además de que vamos transformándonos en el camino y encontrando nuevas versiones de nosotras mismas; lo cual amarnos requiere ir actualizándonos y reinventándonos todo el tiempo. Y por eso mismo, creo que también es normal tener recaídas y volver a sentir inseguridades. Muchas veces tuve que pedir ayuda y eso no es malo. Así que, si sentís que no estás pudiendo sola, no lo fuerces. Dejate acompañar; eso también es quererte. ♥

Lo poderoso es que cada vez que ganamos confianza en un terreno, no importa cuál sea la próxima batalla, tendremos las herramientas para defendernos y lograr superar los nuevos obstáculos.

Los siguientes ejercicios, no los hice en su momento, pero si grafican el caminito que hice para empezar a quererme un poco más. Espero te sirvan para conectarte con tu amor propio.

1. Reconocer nuestra historia.

Para saber quiénes somos, tenemos que saber mirar hacia atrás y reconocer cómo llegamos hasta acá, solo así sabremos perfectamente dónde estamos paradas hoy y cuál es el trabajo que tenemos por hacer en el futuro.

Revisar qué nos hizo daño y qué nos hizo feliz en el pasado; qué cosas nos marcaron en la vida, sea para bien o para mal, son las pistas para descubrir si hay heridas por sanar o cosas que perdimos en el camino y debemos recuperar.

Para eso quiero compartirte un ejercicio que hice hace un tiempo en clown y que me hizo viajar como nunca.

El ejercicio original fue desarrollado por los profes de la escuela Espacio Aguirre, donde estudio; y me tomé el atrevimiento de sumar algunas preguntas o frases para profundizar un poquito más.

Es una especie de meditación hacia el pasado, una invitación a revisar tu historia personal. Para que realmente puedas entrar en clima, decidí que la mejor forma era dejarla grabada en video.

Te recomiendo recostarte en un lugar cómodo, cerrar los ojos y dejarte un cuaderno a mano para tomar notas de lo que visualices al terminar. A mí, realmente me movilizó este ejercicio y me hizo ver cuánto he crecido en el tiempo, cuánto aún me queda por andar y por supuesto, me hizo reconectar con mi amada niña interior.

¡Feliz aventura hacia tu historia! Mirá el video ACÁ.

 

2. Aceptarse. 

Después del ejercicio anterior creo que lo único que queda es dejar de pelearnos con nosotras mismas y aceptarnos.

Es cierto eso que dicen por ahí de que somos nuestras peores enemigas, nadie sabe lastimarnos como lo hacemos nosotras.

Reconocer nuestra historia nos conecta, nos hace mirarnos desde afuera con empatía; no para culparnos, sino para entendernos y perdonarnos. Entonces, es hora de aceptar que somos lo que somos, que hicimos lo que pudimos con las herramientas que teníamos, y que, aunque las cosas no salieron como esperábamos, acá estamos todavía, intentando, buscando seguir creciendo y ser felices.

Así que, querida, abrazá tu historia, aceptala, es toda tuya y cada una de esas penas y glorias de tu vida son responsables de la persona que sos hoy. Cambiemos la historia, dejemos de ser nuestras propias enemigas y elijamos ser nuestras mejores aliadas.

Hacé dos listas, una de las cosas positivas que te gustan de vos y otra lista de lo que no te gustan.

Estos serían mis ejemplos positivos: soy creativa, soy curiosa, soy entusiasta.

Y los negativos: hablo demasiado, soy insegura, aprendo más lento.

Repetí esta frase en voz alta, completándola así:

Soy creativa (aspecto “positivo”) y también aprendo más lento (aspecto “negativo”).

Sé que soy mucho más que eso.

Reemplazá la oración con cada ítem de tu lista. Repetilo con cada aspecto positivo y negativo que escribas. Aceptemos que somos todo eso y que podemos ser mucho más. Aceptemos todo lo que somos.

Y antes de pasar al último ejercicio, te comparto dos hermosos ejemplos de aceptación. ♥♥

Estas, son mis manchitas de vitíligo, las que me llevaron años aceptar y dejar de tapar. Hoy son mi mapa personal. 

 

Leé esta historia maravillosa: 

3. Cuestionarse todo.

Otra cosa que empecé a hacer a partir del 2010 fue poner todo, pero TODO, en duda. Todas las cosas en las que creía, que me había enseñado mi familia, que había aprendido en la escuela, en la universidad y en la vida hasta entonces; todas las puse bajo la lupa y me pregunté ¿cuál es mi opinión sobre esto?

De esa manera pude reconocer que vivía en piloto automático; que muchas de las cosas que hacía no estaban basadas en mis propias decisiones, sino que las había adoptado y repetido sin pensar (porque siempre es más fácil que otro marque el rumbo ¿no?) Así como también me di cuenta de cuántas etiquetas cargaba y me ponía a mí misma: “no sirvo para los deportes”, “soy mala con los números”, “soy un poco antisocial” y mil más.

Dudar de todas las cosas hizo que empezara a escucharme más y generar nuevas formas de mirar algunas viejas ideas.

Hoy puedo ver cómo fui tomando decisiones en cada uno de los aspectos de mi vida: en lo laboral, descubrí que no quería tener un jefe y eso me motivó a emprender; en lo alimenticio me encontré con que la carne ya no me gustaba, entonces me hice vegetariana; entendí cuánto me molesta generar basura plástica, empecé a consumir productos más orgánicos y a reciclar…

De esta manera, construí una versión de mí misma más saludable, más selectiva, más espiritual; abandoné malos hábitos y corté con relaciones tóxicas, para convertirme en la persona que siento ser.

Nada de esto me lo enseñaron en casa, tampoco lo hice de la noche a la mañana. Todo lo que construí en estos últimos años fue a partir de acciones que yo decidí de “grande”, porque me hice responsable de mis decisiones y de mi vida.

Te invito, entonces, a hacer este ejercicio:

Revisar tus creencias en cada área de tu vida. ¿De dónde vienen? ¿Son tuyas o ajenas? ¿Qué opinás sobre esas ideas? ¿Te representan o ya es hora de descartarlas y transformarlas? 

Bajarlas al papel te va a ayudar a visualizarlas y poder tomar acción sobre cada punto que te incomoda.

Espero que estas palabras te den las pistas para empezar ajustar lo que haga falta, quererte más y acercarte a ser la mujer que querés ser.

Esto es todo por hoy. Dejemos de ser para otros, dejemos de preguntarle al mundo qué quiere de nosotras y empecemos a ser nuestras: ¿Qué querés para tu mundo?

El hecho de ser fieles a nosotros mismos es el mejor regalo que podemos ofrecer a nuestros seres queridos.

Brené Brown

 

Gigi🍋✨

 

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